Por primera vez desde el retorno de la democracia, el resultado de una elección ha sido completamente incierta. Y por primera vez en la historia, el joven candidato que puso en jaque la contienda electoral, es un cineasta. Ignorada por la mayoría de los chilenos, y menospreciada por los pocos que la conocen, la irregular filmografía de Marco Enríquez-Ominami, es incomparablemente más inocua que el final de "película" de este domingo 13 de diciembre. Pero existe, y vale la pena revisarla, por mera curiosidad o puro masoquismo.
Es recurrente que para enjuiciar a Sebastián Piñera se cuestione su sempiterna dualidad como político y empresario. Si se juzga a Eduardo Frei, el flanco es su desempeño como gobernante; y cuando le toca el turno a Jorge Arrate, se escudriña en su pasado como ministro. Los tres tienen una larga trayectoria política, y por lo tanto, es el campo más susceptible de analizar a la hora de entender quiénes son fuera de sus promesas de campaña.
El caso de Marco Enríquez-Ominami es completamente diferente. En su corta vida política, que se inicia como parlamentario hace cuatro años, fuera de algunos vistosos proyectos de ley que no tuvieron eco en el Congreso, y tras enfrentamientos y declaraciones rimbombantes que lo transformaron en el diputado díscolo por excelencia, su participación real en la política chilena no había tenido mayor trascendencia hasta su candidatura a presidente.
Qué duda cabe, hasta hace menos de un año, sus principales antecedentes curriculares no estaban en la política sino que en el cine.
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Marco Enríquez-Ominami en el rodaje de Mansacue
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Aunque no ha habido foro donde Enríquez-Ominami no hable de su oficio como cineasta (y en particular como "empresario Pyme" del cine, como le gusta autodenominarse), lo cierto es que nadie ha prestado demasiada atención a su vida artística, pese a que no es un director jubilado o se alejó del medio audiovisual para dedicar todas sus energías a su carrera como diputado. De hecho, Mansacue, su última película –técnicamente el más profesional de sus filmes argumentales-, se estrenó en abril del 2008, en pleno ejercicio de sus labores legislativas.
¿Es la dirección de cine un parámetro para medir la capacidad de una persona para ser presidente? Posiblemente, no. Son actividades muy distintas y es factible que por más genial que sea un cineasta, no necesariamente esté más calificado para ejercer el cargo que un realizador mediocre. Sin embargo, el cine es un vehículo de ideas y es costumbre que todo el mundo –tanto críticos como espectadores en general-, hagan juicios y observaciones sobre lo que un director quiere decir sobre la realidad a través de sus películas. Por eso, el cine siempre genera un sinfín de controversias y debates, y ha sido censurado y prohibido a través de la historia. No son ideas lanzadas al azar o afirmaciones hechas al voleo bajo el calor de una discusión. Por su propia naturaleza, por el largo tiempo que corre desde el nacimiento del guión original hasta el montaje de la película, el cine tiene un discurso extraordinariamente elaborado, aún cuando su resultado final termine siendo una bobería. Por lo tanto, si bien sería imposible medir la idoneidad de un cineasta para ser presidente sobre la base de su talento artístico, sí podemos conocer mejor su pensamiento a través del cine.
Precaria, dispersa e inubicable
En Argentina, Fernando Pino Solanas, el director de La hora de los hornos (1968), Tangos, el exilio de Gardel (1985), Sur (1988), Memoria del saqueo (2004), etc., flamante diputado por Buenos Aires en las recientes elecciones parlamentarias, fue candidato a Presidente el 2007, obteniendo el quinto lugar con el 1,6% de los sufragios. Ubicación y cifra no del todo despreciables considerando que hubo 14 candidatos a la presidencia y que fue nominado por su movimiento –Proyecto Sur- un mes y medio antes de los comicios. Si cualquiera de nosotros quiere enterarse de qué piensa Pino Solanas sobre Argentina, no es necesario leer su programa de gobierno: basta mirar sus películas. Tanto en sus cintas de ficción como en sus documentales, el realizador transparenta su sensibilidad y posición política sobre los conflictos sociales que han aquejado al país trasandino desde los años '60.
A Marco Enríquez-Ominami por edad, estilo y trayectoria, no se le puede pedir lo mismo. Pero su corpus fílmico –aún en su lasitud e intermitencia- algo debería decirnos sobre él.
Revisar la filmografía de Enríquez-Ominami no es fácil. Con la excepción de Mansacue y en menor medida Chile, los héroes están fatigados (2002), el resto de su breve obra cinematográfica no está disponible para la venta o alquiler en ninguna parte. Bienvenida Casandra (1996), su primer largometraje, se exhibió en TVN en un ciclo de cine chileno en 1997, pero nunca se estrenó comercialmente ni se editó en VHS o DVD. Pese a eso, según datos de su productora Rivas y Rivas, la película ha sido vista por cinco mil personas. Fragmentos urbanos (2002), uno de los clásicos largos construido por la unión de varios cortometrajes dirigidos por alumnos de la Escuela de Cine de Chile, y que cursó una invitación a Enríquez-Ominami –que no era estudiante del instituto- para que participara con un segmento (los únicos estudios cinematográficos del candidato los hizo en 1996 en un taller de La Fémis, la prestigiosa escuela de cine francesa), tuvo un breve paso por la cartelera, y aunque se editó en DVD, es inencontrable. De los cortometrajes, tanto Vine a decirles que me voy (1995) como 10.7, El caso de Montserrat de Amesti (1997) han sufrido el mismo trato que cualquier otro corto: jamás han sido exhibidos o distribuidos comercialmente.
Que la obra de un director sea difícil de conocer en Chile, no es novedad. Los esfuerzos de la cineteca nacional –por el momento la única que tiene una videoteca de acceso público- todavía siguen siendo insuficientes.
Sin embargo, tras una afortunada pesquisa, pude ver (o repetirme) toda la filmografía del diputado, y sacar una primera y lapidaria conclusión: si Marco Enríquez-Ominami no hubiese sido candidato a la presidencia, no tendría sentido hacer una revisión crítica de su trabajo audiovisual.
Escarceos de fin de siglo
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Vine a decirles que me voy
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El debut de Enríquez-Ominami con el cortometraje Vine a decirles que me voy (1995) no sólo tiene la impericia de un filme amateur, parece un auténtico video familiar. Rodado completamente en el aeropuerto Arturo Merino Benítez antes de ser remodelado –cuando te iban a buscar en "micro" a las puertas del avión- cuenta la frustrada visita a Chile de Jean Pierre (Phillipe Rouget), un francés que tiene familiares en Santiago que supuestamente lo iban a recoger al terminal aéreo. Como si estuviera en un limbo, Jean Pierre no logra abandonar el lugar y tras unas horas compartiendo con los chilenos, quiere huir en el primer vuelo de regreso a París. El choque del europeo con las mañas y malas costumbres nacionales lo deja espantado. Somos groseros, pillos (siempre tratamos de aprovecharnos del resto), no respetamos nuestros compromisos y tenemos una opinión sobre nosotros mismos y el país que es una rara mezcla de inocencia y fanfarronería nacionalista. Narrada con desprolijidad y precipitación, es un conjunto de viñetas de humor imposible montadas con gran desorden y arritmia, donde el exagerado desfile de cameos políticos del círculo más cercano a Enríquez-Ominami (entre otros, su padre adoptivo, Carlos Ominami, Jorge Andrés Richards y Marcelo Schilling), no parece tener otro propósito que deleitar a su tribu. El final lo dice todo: unas imágenes completamente gratuitas y sin sentido de Enríquez-Ominami riéndose con su primo Rafael Gumucio (co-guionista y fiel dupla de casi todas sus películas) sólo para darse el gusto de aparecer en pantalla.
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Luciano Cruz-Coke en Bienvenida Casandra
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Tras ese errático inicio, Enríquez-Ominami realiza un proyecto más ambicioso: Bienvenida Casandra (1996), su ópera prima con guión de Rafael Gumucio y Víctor Carrasco. Casandra (Alejandra Garrido) es una confundida y tierna adolescente que busca orientación y refugio en la iglesia, ingresando al grupo juvenil cristiano de la parroquia de su barrio. La acogen con cariño y simpatía, y ella se siente cada vez más integrada acrecentando su fe en Dios. Sin embargo, el resto de los chicos (David Olguiser, Claudia Zuñiga, el cantante Luis Jara, Sebastián Araya –que años después dirigiría Azul y blanco- y el actor, empresario de teatro infantil y ex ejecutivo de Canal 13, Vasco Moulián) ven su participación en la comunidad de base menos una vía espiritual que un medio para divertirse (lo que incluye emborracharse, fumar marihuana, tener sexo, etc.). Al mismo tiempo, el joven cura que los guía –representado por Luciano Cruz-Coke-, se siente atraído por Casandra, que no sabe cómo manejar sus emociones cuándo el sacerdote le manifiesta su interés. La lucha de Casandra entre sus deseos y los principios católicos que quiere honrar, la perturban.
Evidentemente se trata de una parodia sobre la candidez dogmática de la iglesia –que se estrella con la conducta liberal (y culposa) de los creyentes- y la angustia y desencantamiento de una chica beata que descubre –y se aterra- frente al doble estándar de los católicos. Todos los personajes son torpes, inocentones o necios. Pero Enríquez-Ominami nunca encuentra el tono farsesco de la cinta al punto que los únicos que se libran del sarcasmo son los curas que quedan a merced de estos descarriados fieles. La pobrísima puesta en escena y el mal chiste permanente, hacen que la película no tome ritmo y pareciera derrumbarse a cada momento. Lo mejor son Alejandra Garrido, una actriz muy fresca y natural, y Cruz-Coke, pintado para el rol de religioso. Como curiosidad, asoma el cameo de la periodista Carolina Rossetti, en aquel entonces panelista del desaparecido programa de debate político Domicilio conocido y actual embajadora chilena en Suiza, que provocó la ira de la Concertación tras adherir a la candidatura del cineasta.
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Felipe Braun en 10.7, El caso de Montserrat de Amesti
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10.7, El caso de Montserrat de Amesti es más un ejercicio de estilo que una película hecha y derecha. Según los créditos iniciales, en 1997 se hizo una encuesta entre 1000 mujeres chilenas sobre la cantidad de parejas sexuales que tuvieron antes de casarse, llegando a un promedio de 10.7 hombres por mujer. Montserrat de Amesti (que nunca aparece) cumple estrictamente esa cantidad. Sobre la base de once declaraciones de hombres que tuvieron relaciones sexuales con ella, estructurados en nueve monólogos y el testimonio en conjunto de otros dos, se presentan distintos fenotipos masculinos: el insaciable, el snob, el hombre maduro, el tipo sensible, el caballero, etc.
La calidad de los textos –de Rafael Gumucio y Alberto Fuguet- como las actuaciones, no es pareja. Hay formidables representaciones (Fernando Gómez Rovira), caracteres mal delimitados (Nicolás Fontaine), actores desaprovechados (Jaime Vadell), y la variante de comedia que nunca funciona (como los empleados del cable). Sin embargo, siendo una película más simple en términos cinematográficos –una cámara fija sobre un rostro parlante-, pero más cuidada en la construcción de cada perfil psicológico, titubea menos con relación a sus trabajos anteriores. Vuelve, sin embargo, a asomar la compulsiva necesidad de Enríquez-Ominami de ser mordaz y provocativo, pero sin tener filo en los dientes.
Feos, sucios y malos
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Mandarina mecánica (Fragmentos urbanos)
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Aparte de ser una producción colectiva (cuatro cortos más dirigidos por igual número de directores, entre ellos, Sebastián Lelio), Enríquez-Ominami compartió la dirección de Mandarina mecánica, el corto que integró Fragmentos urbanos (2002), con el actor Mauricio Pesutic. Basado supuestamente en un hecho real ocurrido el 2001, con guión de los directores y Rafael Gumucio, trata de un grupo de ancianos que viven en un asilo, pero hacen una salida semanal para cometer robos a los transeúntes de un centro comercial. Como si fuera una analogía anticipada a los conflictos intergeneracionales de Enríquez-Ominami con las "longevas" cúpulas de la Concertación, los ancianos ven como un grupo de jóvenes skater quieren disputarles el terreno que tienen monopolizado. Una breve batalla que termina en exterminio, con los abuelos masacrados.
Se podría hacer la lectura de cómo la sociedad de libre mercado arrincona tanto a los jubilados a vivir en condiciones miserables que se ven obligados a delinquir, o como la necesidad entre grupos sociales menesterosos los lleva a enfrentarse para sobrevivir. Pero la frase final de "Basado en un hecho real", es sólo un recurso chapucero que trata de obviar la fascinación por lo grotesco de ver a unos desagradables octogenarios ladrones, garabateros, fumando pitos y siendo torturados, que es en definitiva el único propósito de la cinta. La directa alusión del título a La naranja mecánica (1971) de Stanley Kubrick, sólo obliga a establecer la distancia sideral entre una gran película que hace una alegoría del fascismo (en que la ira de un grupo marginal es mucho menos peligrosa que la violencia mecanizada del Estado), a un mero divertimento que se deleita por sobrepasar algunos límites del "decoro" sólo por el placer de superarlos.
Esa misma distancia es la que uno puede establecer con Mansacue (2008), la versión cinematográfica de su serie televisiva La vida es una lotería, y las pretensiones "educativas" de Marco Enríquez-Ominami: "Manejo un grado de crítica en mis películas. Siempre hay una crítica a la modernidad (…). Mi aporte va en pro de la reflexión, que es el deber del cine y la tevé. Hay una responsabilidad ética de educar (…). La vida es una Lotería es una crítica radical a lo que está pasando en Chile".
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El vuelo del Kino en Mansacue
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La serie de televisión que se exhibió durante varias temporadas entre el 2002 y 2007 en TVN y MEGA, y de la que Enríquez-Ominami fue director general y realizador de varios capítulos (y donde tuvo pequeños roles toda la fauna televisiva), contaba lo que ocurría a las personas que ganaban el sorteo millonario del Kino. Es verdad que la serie no buscaba establecer que el dinero hace la felicidad (que hubiese sido una publicidad más descarada), y por el contrario, ganar el Kino generaba todo tipo de dificultades. Pero en términos puramente formales, era un placement brutal. Pocas veces se había visto tan vergonzosamente comprometida una pieza creativa a una marca comercial. Ahora, narrativamente, no sólo la codicia era el tema de la serie sino que el deseo. O el sexo, para ser más precisos. Una excusa para mostrar algo de piel, de la misma manera que actualmente Chilevisión hace a destajo un montón de series de nombres intercambiables donde, al final del día, lo único que importa es que alguien termine acostado con la persona equivocada.
Mansacue fue la cristalización cinematográfica de la serie. Dividida en dos mediometrajes (con guión de Yusef Rumie), no se distancia un ápice de los contenidos del programa ni del grosero posicionamiento de marca que caracterizó la serie. Pero comparativamente a toda la filmografía de Enríquez-Ominami, se trata de una producción más depurada en el aspecto técnico. El vuelo del Kino cuenta la historia de una pareja de clase alta que gana el sorteo, pero que en medio del fervor de la celebración, por esas "cosas" del cine, se les vuela el boleto desde la altitud de su barrio acomodado a la colindante población que vive en los faldeos del terreno. La segunda parte (llamada Miti-mota) transcurre en Cariquima, un pequeño pueblo nortino donde mayoritariamente vive gente de origen aymará que tiene la tradición del Miti-mota, es decir, compartirlo todo a la mitad. Un geólogo y su novia, que están radicados por algunos meses en la zona, ganan el Kino y quieren huir del lugar para no tener que dividir el premio.
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Miti-mota en Mansacue
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Como va siendo una constante de la filmografía de Enríquez-Ominami, hay un desprecio generalizado por los personajes. La grotesca caricatura al mundo popular y de los "cuicos", de los blancos y los indígenas, tan dominados por la avaricia que harían lo que fuese por conseguir dinero. De hecho en la segunda historia, Miti-mota es más un tácito contrato de intercambio financiero so pena de castigo, que parte de una cultura solidaria. La mujer es vista como una bruja manipuladora capaz de valerse de su cuerpo para conseguir sus objetivos y el hombre sometido a ser el perro faldero de su pareja, a la que se rinde pleitesía aunque que ésta le humille…
El cine de Enríquez-Ominami tiene cierta similitud con la comedia italiana de los '50 y 60' (tipo Los monstruos de Dino Risi). La diferencia más importante es que los personajes itálicos podían tener actitudes despreciables, pero eran completamente queribles. Por ejemplo, Bruno Cortona (Vittorio Gasman) en Il Sorpasso (también de Risi), podía ser un zángano que trataba de vivir a costa del resto, pero derrochaba empatía. Risi no quería condenarlo sino mostrarlo en esa hibridez de cínico encantador de serpientes y adolescente tardío, víctima de sí mismo. En Mansacue no hay matices, todos son gente malintencionada y repulsivamente resentida. Una visión de Chile desdeñosa, clasista y misógina.
MEO por ti
"Mi herencia está de alguna manera allí adentro, en esa combatividad, en esa audacia. El hijo de una leyenda está condenado a ser un personaje público siempre, y eso no siempre es un favor".
Como se sabe, Marco Enríquez-Ominami es hijo del dirigente mirista Miguel Enríquez, muerto en un enfrentamiento en los inicios de la dictadura. Si bien al interior de la izquierda su figura tiene cierto ascendiente, está muy lejos de ser considerado una leyenda popular dentro de la ciudadanía. Es más que probable que la mayoría de su electorado, por ejemplo, se haya enterado de ese parentesco a través de la franja televisiva, aunque sin dimensionar quién fue o que representó exactamente Miguel Enríquez.
Esa es una de las tantas "imprecisiones" que Marco Enríquez-Ominami comete en Chile, los héroes están fatigados (2002). Un documental que pretende ser un ajuste de cuentas con algunos de los máximos dirigentes de la izquierda concertacionista, enfrentándolos a las concesiones que hicieron al negociar la transición con la dictadura, y a sus propias transformaciones ideológicas que los dejó reconvertidos en lobbistas profesionales o directamente en empresarios. También funciona como carta de presentación del mismo Enríquez-Ominami que se arroga el derecho de ser el portavoz de una conciencia de izquierda que exige respuestas. En un estilo arrogante similar a Michael Moore, busca en varias ocasiones, por ejemplo, ser atendido por el Presidente Ricardo Lagos, como si el mandatario tuviera necesariamente que darle explicaciones.
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Miguel Enríquez y Marco Enríquez-Ominami en montaje a lo "Forrest Gumb" en Chile, los héroes están fatigados
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Sin embargo, en su encuentro con otros dirigentes como Oscar Guillermo Garretón o Enrique Correa, se repliega, escuchándolos repetir los mismos discursos con que han justificado sus acciones durante años, para luego defenestrarlos en off. Aunque en rigor se trata de un ejercicio que raya con la ética, el problema principal es que en realidad el documental no es una indagación sobre el aburguesamiento de esa clase política (de la que ya todos estábamos enterados) sino una excusa para tener una plataforma –la primera- para dar rienda suelta a sus ideas sobre el país. De algún modo, la "fatiga" que acusa Enríquez-Ominami, es más la manifestación de un deseo de tomar la posta que la constatación de ese agotamiento (todavía el fenómeno Bachelet no aparecía), una idea de recambio que seguramente le rondó para que a posteriori ya no se acercara amenazando con una cámara y un micrófono a exigirles respuestas a los dirigentes que "pelaba", sino para ofrecerse como candidato a diputado.
En su oportunidad critiqué este documental recordando el libro de Daniel Cohn-Bendit, uno de los líderes del movimiento de Mayo del '68, La revolución y nosotros que la quisimos tanto que "buscaba reflexionar a través de varias entrevistas el origen y desarrollo de ese movimiento como también descubrir que había ocurrido con aquellos jóvenes rebeldes. Igual que lo pasó en Chile (y presumiblemente en todo país donde una revolución fracasó) algunos se habían alejado por completo de sus principios y otros, que continuaron luchando, terminaron sus días en prisión. Daniel Cohn-Bendit asume esta historia como una tragedia tanto para quienes siguieron rebelándose como para quienes se mimetizaron con el sistema. No cabe duda que Enríquez entiende racionalmente ese quiebre, pero no es capaz de explicarlo y menos de transmitir el dolor que éste significó".
Esa falta de emoción, ese juicio sesgado y sin contemplación sobre los chilenos, esa mirada deshumanizada, es lo que caracteriza la filmografía de Marco Enríquez-Ominami. Como dije al iniciar este artículo, no creo que la calidad técnica o estética de sus cintas permitiera determinar su capacidad para gobernar el país, pero –guardando recaudo de la interpretación subjetiva que cada uno haga sobre sus películas- la mirada que tiene un cineasta sobre el mundo no puede ser descartable si queremos entender mejor quién es como persona, diputado, presidente o cualquiera sea el futuro que le deponga su prematuro e inusitado liderazgo político.
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